lunes, 22 de agosto de 2011

¡Paren el mundo que me quiero bajar!


Una tarde, andando por Madrid. Para ser más exactos una tarde invernal de rebajas.
La verdad es que el ambiente es asfixiante pero yo no me asfixio por ello. Yo me comienzo a asfixiar por una cuerda fina, que me aprisiona el cuello y me imposibilita respirar.
Observo a la gente pasar a mi lado, gente que no se da cuenta de que algo alrededor de mi cuello  me está quitando la vida. La gente entra y sale de tiendas donde consumen masivamente y ponen una cara alegre al robo que les hacen con esos precios, una sonrisa al consumismo, una sonrisa de oreja a oreja.
La soga me aprieta un poco más.
Veo a un vagabundo, moribundo, rodeado de gente que le hace tanto caso como a mi, es decir, ninguno. Un ser humano que a mi parecer está sumido en la miseria, en la tristeza y con una falta de lucha por la vida, supongo que será por las vueltas que esta da, por los vicios humanos en los que caemos: el alcohol, las drogas,... Y en los vicios no tan evidentes como la pereza, el abandono personal, ...
La soga me aprieta, me arrebata poco a poco el aire que me queda en los pulmones, me la intento quitar pero no puedo.
Todos mis sentidos se fijan en una manifestación de vegetarianos que hay en frente de un hipermegasupermercado, ellos luchan por los derechos de animales que son matados masivamente todos los días para que nos los comamos. Ricos con ideales cambiantes que pueden permitirse el lujo de rechazar comida. Mientras aquí en el primer mundo luchamos por los derechos de unos animales que forman parte de nuestra cadena alimenticia omnívora en el tercer mundo luchan por no morirse de hambre.
¡NO PUEDO RESPIRAR! ¡AYUDA!
Pero la única ayuda que recibo es poder ver una tienda con muchas televisiones en las que en todas ellas están puestas las noticias, noticias tristes. Matanzas de personas por personas, matanzas encargadas por ricos que se creen inmortales refugiados entre montones de dinero y soledad. Personas que sumidas en locura, desesperación y frustración matan, matan y MATAN. Pero las personas de mi alrededor ni se inmutan, parece que no sienten ni padecen. ¿Estarán acostumbrados?
La vida se me consume y nadie lo nota.
Porque... Además... Puedo apreciar que todas las personas de mi alrededor también tienen esa especie de cuerda al cuello, pero ellos la llevan de una manera más alegre, incluso parece que les resulta cómoda.
ME DESPIERTO. Todo parece ser una pesadilla, el corazón me late muy fuerte y sobresaltado, lleno de angustia. Puedo notar mis ojos húmedos y mi cuerpo desorientado.
Me preparo para ir al instituto.
Al salir por la puerta de mi casa siento como algo me aprisiona el cuello. ¿Serán unas manos? ¿Será una cuerda? O... Tal vez... ¿Será la sociedad?